Cuando caímos en el abismo de la realidad, cuando nos enteramos que Isabella ya no respiraba en mi interior y pasamos el doloroso proceso de pérdida, lo primero que pensamos los dos fué: como íbamos a salir de ese pozo?. Nos recomendaron asistir a un grupo, Renacer. Ahí estuvimos casi antes de que pudiera caminar, la necesidad de encontrarle un sentido a la desgracia era tan grande que el dolor físico pasó a segundo plano.
Me encontré con gente muy distinta a nosotros, pero algo nos unía y era el dolor de haber perdido un hijo.
Gracias a ellos, hoy podemos decir que no estamos solos, que los distintos síntomas que nos aquejaban eran compartidos, que entre charlas y lágrimas encontramos espacio para hablar de nuestros hijos, de lo que pudimos o no hacer o decir. Y tímidamente después de varios encuentros nos sentimos parte de una gran familia. El sentimiento que nos unía no era solo el dolor, sino el deseo de salir adelante a pesar de la agonía que compartíamos.
En cada relato nos sentimos reflejados, integrantes de un mundo al que pocas personas llegan a pertenecer. Dentro de la tragedia, nos reencontramos como seres humanos dolientes ,pero llenos de amor. Y la idea de ir cada martes ya no pasaba por obligación sino por el deseo de ayudar, de escucharnos, de compartir. Porque nadie que no haya pasado por esta vivencia puede entender o suponer el infierno al que uno se enfrenta cuando acepta la realidad:Nuestro hijo ya no está.
Pero no estamos solos, estamos rodeados de gente que nos entiende, que asiente en silencio, que escucha empáticamente nuestras penas y que pone lo mejor de si para transmitir sentimientos de esperanza.
Se sobrevive, pero el dolor es menor cuando uno tiene un espacio de amor y ayuda incondicional.
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